Blogia
El rincón de pensar

BE YOURSELF

BE YOURSELF

¿Qué es ser adulto, idealmente hablando? Es avenirse a determinados sacrificios, renunciar a las pretensiones desorbitadas, aprender que mas vale derrotar los propios deseos antes que el orden del mundo (Descartes).

 

Es descubrir que el obstáculo no es la negación, sino la condición misma de la libertad, la cual, si no encuentra trabas, no es más que un fantasma, un capricho vano, puesto que tampoco existe si no es a través de la igualdad de los demás fundada en la ley.

 

Es reconocer que uno nunca se pertenece completamente, que en cierto modo se debe al otro, que socava nuestra pretensión a la hegemonía.

 

Es comprender, por último, que hay que formarse transformándose, que uno se fabrica siempre contra sí mismo, contra el niño que fue y que, al respecto, cualquier educación, hasta la mas tolerante, es una prueba que uno se inflinge para desprenderse de la inmediatez y de la ignorancia. En una palabra, volverse adulto – en el supuesto de que alguna vez se consiga – es rebajar nuestras alocadas esperanzad y trabajar para ser autónomo, para ser tan capaz de autoinventarse como de abstraerse de uno mismo.

 

Pero el individualismo infantil, por el contrario, es la utopía de la renuncia a la renuncia. No reconoce más que un único lema: sé lo que eres desde toda la eternidad. No te enredes con tutores ni trabas de ningún tipo, evita cualquier esfuerzo inútil que no ratifique en tu identidad contigo mismo, haz únicamente caso a tu singularidad. No te preocupes de reformas, de progresos, ni de mejoras: cultiva y cuida u subjetividad, que es perfecta por el mero hecho de que es tuya. No resistas a ninguna inclinación, pues tu deseo es soberano. Todo el mundo tiene deberes, salvo tu.

 

Así es la ambivalencia al Be yourself. Para ser uno mismo hace falta, además, que el ser pueda acontecer, que las posibilidades se actualicen, que no se sea todavía lo que un día se será. Ahora bien, se nos invita a valorizarnos sin mediación ni esfuerzo, y la idea de pagar con la propia persona para ganar el derecho a la exigencia ha entrado en un declive irremediable. Entregado a mí mismo, sólo tengo que exaltarme sin reservas: el valor supremo ya no es lo que me supera, sino lo que constato dentro de mí mismo.

 

Ya no devengo; soy todo lo que tengo que ser en cada instante; puedo adherirme sin remordimiento a mis emociones, a mis deseos, a mis caprichos.

 

Mientras que la libertad es la facultad de liberarse de los determinismos, yo reivindico fundirme con ellos al máximo: no planteo límites de ningún tipo a mis apetitos, ya no tengo por qué construirme, es decir, introducir distancia entre YO y YO; sólo tengo que seguir mis inclinaciones, fusionarme conmigo mismo.

 

Lo que produce un uso, a menudo equívoco, del término autenticidad puede significar que cada cual es para sí mismo su propia ley (Luc Ferry), pero también acabar legitimando el mero hacho de existir, la afirmación de uno mismo como modelo absoluto: ser es un milagro de tal magnitud que nos exime de cualquier deber o imperativo.

 

El reproche que cabe hacer a ciertas filosofías contemporáneas del individuo no es que lo exalten demasiado, sino que no lo exalten lo suficiente, que propongan una versión disminuida del individuo, que tomen la degeneración por una prueba de salud; es, por ultimo, olvidar que la idea de sujeto supone una tensión constitutiva, un ideal que alcanzar y que la impostura empieza cuando se considera al individuo como algo hecho, cuando todavía está por hacer.

 

Texto extraído de:  Bruckner, Pascal: La tentación de la inocencia.

Barcelona, Anagrama, 1996, Págs.: 107-108.

0 comentarios